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Todos tenemos una lucha constante contra el pecado. No es sorpresa para nadie. Nadie se escandaliza si el pastor les dice que lucha contra el pecado. Y en mi lucha personal contra el pecado hace 10 años, tal vez un poco más, tuve un mentor que fue de mucha influencia en mi vida. Y me llevó a varios recursos, de hecho, que fueron de mucha bendición para mí. Uno de ellos fue un mensaje particular de nuestro amigo, Paul Washer, que se titula Un mensaje impactante para la juventud. Yo no sé si han tenido la oportunidad de escucharlo. Si no, tomen nota. También me llevó a la serie de Archie Sproul sobre la santidad de Dios. Eso fue también una... un momento muy impactante, un recurso muy impactante, pero de los mejores. Y yo diría que el que me introdujo a los puritanos y que me enseñó a amar la teología puritana fue el libro de John Owen, La mortificación del pecado. Es un libro pequeño, pero inmenso para los que lo han leídos saben a qué me refiero. Y una de esas, una de esas enseñanzas tenía varios, varios eslogan o varios, varios lemas que repetía cosas que eran fáciles de memorizar. Y uno de ellos era mata el pecado o el pecado te matarán a ti. Y de eso trata el pasaje que vamos a estudiar en esta mañana. Romanos capítulo 8. Versículos del 12 al 13. Dice así. Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne. Porque si vivís conforme a la carne, moriréis. Mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Oremos. Padre, Espíritu Santo, Hijo Redentor, Necesitamos tu ayuda, oh Dios trino, al acercarnos a esta tu autorrevelación. No podemos por nuestra propia inteligencia ni por nuestro poder extraer de tu palabra lo que tú nos quieres enseñar. Somos muy pequeños y estamos limitados en todas nuestras capacidades para abordar un libro asombroso, supremo, majestuoso. Estas palabras que tú, Espíritu Santo, has inspirado una por una, haz que salten a la vida en nuestros corazones. Tú que moras en nosotros, santifícanos y haznos más como Jesucristo. Limpia nuestras mentes de toda distracción nuestro corazón de todo pecado y oscurecimiento, y trae tu luz y despierta en nosotros la obra que has prometido hacer. Te lo rogamos por Jesucristo. Amén. Así que, hermanos deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne. Ya les he dicho muchas veces que esas palabritas, verdad, son importantes. Aquí tenemos una de esas palabras importantes, así que. ¿Qué quiere decir así que? ¿Cuándo utilizamos esa terminología? Cuando estamos a punto de abordar una consecuencia de lo que se ha dicho antes. Entonces, se sigue que las consecuencias de lo que acabamos de ver es todo esto, es una inferencia o una conclusión de todo lo que venimos viendo en el capítulo 8. Bueno, algunos podrían decir, tal vez es una consecuencia de lo que aparece inmediatamente antes, en el versículo anterior nada más, o otros podrían argumentar que no, que se trata de una conclusión de todo lo que hemos visto en el capítulo 8. Dado que tomarlo como una consecuencia de todo lo que se ha dicho no está mal, me voy a tomar la libertad de hacer un muy breve repaso, nada más de los puntos que hemos visto hasta ahora en el capítulo 8, para luego llegar a ese ASÍ QUE. Lo primero es que hemos sido librados de condenación, lo vimos en el versículo 1. Luego en el versículo 2, hemos sido librados de la ley del pecado y de la muerte. En el versículo 4 dice que hemos sido justificados. En el versículo 5 nos ha dado la posibilidad de andar en vida y paz. En el versículo 9 nos ha hecho morada del Espíritu Santo. En el versículo 10 el Espíritu vivifica nuestro espíritu por la justificación. Y en el versículo 11 el Espíritu vivificará nuestros cuerpos mortales en el día de la resurrección. Eso fue lo último que vimos el domingo pasado, la esperanza de resurrección. Así que, a la luz de todo esto, hermanos, dice Pablo, poniéndose al nivel de su audiencia, diciendo yo, junto con ustedes, hermanos y hermanas mías, compañeros creyentes míos, amigos míos, mis queridos amigos cristianos, todo eso es lo que él está comunicando, esa cercanía. Y recuerden que dice hermanos, pero al igual que en español, ¿verdad?, el masculino es inclusivo. Entonces, no me voy a poner aquí a decir hermanos y hermanas, como Pablo tampoco dijo hermanos y hermanas, porque no creemos en el idioma inclusivo, ¿verdad? El español incluye en el masculino hombres y mujeres. Entonces, dice hermanos y escuchamos hermanos y hermanas, ¿verdad? Está hablándoles a todos. Esto que voy a decir nos aplica a todos. Básicamente es lo que está diciendo Pablo. ¿Y qué es lo que dice? Deudores somos. Deudores somos. Estamos bajo obligación. Tenemos una deuda altísima. Este gran privilegio que tenemos, todo esto que hemos enumerado antes, el hecho de ser parte del pueblo de Dios, el hecho de haber sido redimidos por Él, el hecho de haber sido salvos por gracia, incluidos en su familia, morada del Espíritu Santo, siendo santificados activamente por la persona del Espíritu Santo, todos los privilegios que eso conlleva, implican una gran responsabilidad. de parte de los hijos de Dios. Por eso dice, deudores somos. ¿Pero a quién? ¿Deudores a quién? Pablo no contesta a quién, de manera positiva, pero nos dice a quién no. Dice, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne. Si yo les pregunto, ¿qué nos ha ganado la carne? ¿Qué bueno ha salido de la carne, de nuestra pecaminosidad? Entiéndase, nuestra naturaleza pecaminosa. ¿Qué buen producto nos ha dado para que nos sintamos en deuda con el pecado? ¿Condenación? ¿Muerte? ¿Iniquidad delante de Dios? ¿Separación de Dios? ¿Una vida llena de insatisfacción? ¿De turbación, de miseria, de intranquilidad, de tristeza? engaño, mentiras, idolatrías, eso es lo que el pecado nos ha dado. No somos deudores al pecado, no somos deudores a la naturaleza pecaminosa, nada bueno nos ha dado, nada bueno nos ha dado, nada digno de nuestra devoción y nuestra dedicación. El pecado no es parte de nuestra naturaleza original, El pecado es un accidente en nuestra naturaleza original. Entienda ese accidente como algo que no pertenece a nuestra naturaleza original. No fuimos creados con pecado. El pecado es un intruso. El pecado no debería estar allí. No le debemos nada como una lealtad a nuestra naturaleza original. Si nos da hambre, si nos da sueño, eso obedece a nuestra naturaleza y debemos dormir y debemos comer y debemos satisfacer esas necesidades. pero el pecado no es parte de nuestra naturaleza original, no le debemos nada, no debemos satisfacerlo. Sus efectos han sido todos malos, nos ha separado de Dios, y Dios en su palabra de hecho nos manda crucificar el pecado, porque es algo contrario a él. Entonces, no vivamos conforme a la carne, No sigamos los deseos de la carne. No sigamos los estándares viles de la carne. No dejemos que nuestras vidas sean determinadas por nuestras pasiones pecaminosas. No satisfagamos sus deseos. No vivamos como la vieja naturaleza dicta y demanda de nosotros. No hagamos lo que el pecado quiere que hagamos. Ese es el punto. No somos deudores al pecado. No lo satisfagamos. Sí. Todavía vivimos en la carne, es una realidad. Hay tentación allá afuera. Creo que fue Spurgeon el que dijo, no podemos evitar que las aves revoloteen a nuestro alrededor, pero sí podemos evitar que hagan nido en nuestra cabeza. Entonces no, es cierto, el pecado está allá afuera, hay tentación allá afuera, hay tentación aquí adentro, pero no debemos permitir que haga ahogar. No debemos permitir que se sienta en casa, no debemos complacerlo y satisfacerlo. Tenemos una lucha. Antes, yo era egoísta, egocéntrico, todo era yo, yo, yo, yo, yo. Esa era la vida que yo vivía. Y ahora, debo renunciar a esa vida. No debo satisfacer esas tendencias. El yo debe morir. El yo pecaminoso. Mi vieja naturaleza. Con todos sus deseos, motivaciones, afectos, principios, propósitos, todo lo que traía, dañado, pervertido, todo debe morir. Y por implicación, aunque Pablo no nos lo dice en el texto, si no somos deudores a la carne, quiere decir que somos deudores a algo más. Podríamos decir directamente al Espíritu de Dios que mora en nosotros, porque eso es de lo que acaba de hablarnos Pablo, de que el Espíritu mora en nosotros y que nos da vida y que nos va a resucitar, ¿verdad? Pero en general debemos decir, somos deudores a Dios. Padre, Hijo y Espíritu Santo, somos deudores a Dios, porque esta obra de salvación, esta obra de salvación que tenemos, esta obra de salvación que Dios ha hecho por nosotros, lo hace a Él meritorio de todo, digno de todo. Si somos deudores a alguien, es deudores a Dios. Ahora bien, mis hermanos, no se trata de una deuda que debamos pagar o que podamos pagar. El sentido de Pablo es el sentido de responsabilidad que debemos tener ante el Dios que nos ha rescatado, ante el Dios que nos ha salvado y que nos ha coronado de misericordia, de gracia y de bondad en la salvación. Entonces, somos deudores a Él. Eso debería alimentar nuestro sentido de humildad también, porque quiere decir que nuestra vida no nos pertenece a nosotros ni a nosotros. Que no somos dueños de nosotros mismos, que no estamos aquí ahora para hacer lo que nos dé la gana de nuevo esa naturaleza pecaminosa anterior. No. Estamos aquí para hacer lo que Dios manda. Estamos aquí para vivir para su gloria. Estamos aquí para rendirnos en gratitud a Él. ¿Cuánto celo tenemos en nuestra vida cristiana por servir a nuestro verdadero dueño? ¿Cuánto celo demostramos? por servir a Dios. ¿Cuánto será suficiente? ¿Cuánto será suficiente en nuestra vida cristiana, en nuestro andar para la gloria de Dios? Yo fui el domingo a la iglesia, ¿ya cumplí? ¿Eso es suficiente? ¿Eso es todo? Ah, no, pero es que yo también voy al discipulado los sábados. ¿Será que eso ya es, ya cumplió, ya es suficiente con eso? ¿Yo participo en la reunión de mujeres de oración? ¿Y participo en la reunión de varones? Bueno, no podría participar en nada de todos, pero digo, como ejemplo. Ya, con eso ya, me siento como que estoy haciendo todo y más. Ah, no, eso no es nada. Yo vengo al culto de la tarde. Cuando hay culto en la tarde, yo también estoy aquí en el culto de la tarde. Es decir, ¿será que eso es suficiente? ¿Será que podemos llegar a un punto en el que decimos, ya, ya pagué, ya aquello de lo que mi Señor es digno, ya lo cumplí, ya hice todo lo que podía hacer y es más, quizás hasta más? En realidad no se trata de la simple asistencia a las reuniones, no es eso, en última instancia, es cómo está nuestro servicio en el reino de Dios, en su iglesia, y en el mundo, para la gloria de Dios, por amor a Él y por amor al prójimo. Estamos viviendo vidas de adoración completamente rendidos a Dios en todos los aspectos de nuestra vida, sirviéndolo en todo lo que podemos servirle y más, utilizando nuestros dones para su gloria, utilizando nuestros recursos para su gloria, para la extensión de su reino. Entendemos que lo que Él nos ha dado es como mayordomos para servirle a Él, para usarlo para Él. ¿Es usted pronto para servir? ¿Está dispuesto? Dice sí. Cuando hay una necesidad, cuando hay que hacer algo, sí, yo voy, sí, yo lo hago. ¿Cuánto celo demostramos por servir a Dios y a nuestro prójimo en su reino? ¿Cuánto celo? ¿O es usted de los que pone excusas? Es que no me alcanza. Es que no me alcanza el tiempo, no me alcanza el dinero, no me alcanza. No puedo. Es que ya después de trabajar toda la semana, ya no quiero hacer nada más, solo quiero echarme. Estoy tan ocupado, estoy tan ocupado, tan ocupado que no tengo tiempo para hacer nada más por el reino de Dios. O tal vez usted dice, ¿qué voy a hacer yo? Soy un niño, estoy joven, apenas estoy empezando, ¿qué puedo hacer yo tan pequeño? O tal vez usted dice, no, yo no sé suficiente, me siento muy pequeño en la fe. Tal vez es grande en edad, pero pequeño en la fe. Y dice, ¿qué puedo hacer yo? Estoy limitado, sé tan poco, me siento tan inmaduro. No hay una edad mínima para servir a Dios. Podemos servirle con nuestros dones, incluso prepararnos para servirle. Ustedes dicen, no sé mucho, estudien. Aprenda, crezca. Y mientras tanto siga sirviendo, no se quede esperando el título para servir. Examine sus dones, piense dónde Dios lo está llamando. Ejercer sus dones. Ese es un lado de la moneda y el otro lado es lo que pasa de decir Pablo en el versículo 13 que vivir para Dios con todo implica morir al pecado. Porque si vivís conforme a la carne, moriréis. Mas si por el Espíritu hacéis morir las sobras de la carne, viviréis. De nuevo, sólo existen dos alternativas. John Stott lo pone así. Es como un refraseo de esta misma oración, de este mismo versículo. Hay un tipo de vida que en realidad es muerte. y hay un tipo de muerte que en realidad es vida. Voy a repetirlo, hay un tipo de vida que en realidad es muerte y hay un tipo de muerte que en realidad es vida. Si vivís conforme a la carne moriréis, ese es el tipo de vida que en realidad es muerte. Para las personas, para los incrédulos, eso es vida. Eso es vivir. Eso es lo que ellos conocen. Están separados de Dios, viviendo como incrédulos, sin paz, sin armonía, sin amor, sin sentido de propósito, entregados a sus deleites y a sus pecados, condenados a la muerte eterna, y andan viviendo y disfrutándose con ellos de la vida, pero eso es, en realidad, muerte. Es lo que está diciendo Pablo. Esa forma de vida, vivir para la carne, lleva a la muerte. Pero nosotros, dice, no estamos muertos. Nosotros hemos sido vivificados por el Espíritu Santo. Nosotros debemos vivir de una manera diferente a los incrédulos. Si el Espíritu mora en nosotros y si somos de Cristo, entonces, por el Espíritu, dice, deben hacer morir las obras de la carne. Y si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Esta manera de morir en realidad es vida. Y es una manera de morir en el sentido de que el mundo lo menosprecia. El mundo ve esa abnegación del cristiano como algo negativo, como algo malo, como que no disfruta de la vida. De este pasaje se desprende. la doctrina de la mortificación del pecado. Hemos hablado de esta doctrina en el pasado y hoy me voy a detener de nuevo en ella. ¿Qué no es la mortificación? Primero entendamos eso. La mortificación no es el placer en el autoflagelo, ¿verdad? Que yo me castigo a mí mismo y me golpeo a mí mismo y entonces así estoy mortificando el pecado. Hay religiones y tendencias que se van por ahí, ¿verdad? Como que yo me tengo que... A veces es físico, me tengo que herir físicamente para hacer morir la carne en mí, y algunas veces es una negación enfermiza a cosas que en realidad no son pecado. Y piensa que eso es. Que cualquier cosa que yo quiera me la niego. Cualquier cosa. No importa si es buena o mala. Cualquier cosa que yo quiera me la niego. Y entonces esa autonegación es la mortificación del pecado. No es eso de lo que habla Pablo. No es eso de lo que habla la Escritura. Porque la definición del pecado, hacer morir lo malo en ustedes, hacer morir las obras de la carne, esas tienen definición en las Escrituras. No es lo que a usted se le ocurre que es malo. Es lo que Dios ha dicho que es malo. Eso es lo que debemos hacer morir. Y a veces nos enfocamos en lo que Dios no ha dicho que es malo, en lugar de enfocarnos en la lucha contra el pecado realmente. No es ascetismo tampoco, que es ese rechazo por el cuerpo, ¿verdad? Como que el cuerpo es malo y todo lo que tiene que ver con el cuerpo es pecado. Esa no es la mortificación de la carne. Es reconocer la maldad que todavía hay en nosotros. Eso es mortificar la carne. Repudiar esa maldad. Ver el pecado que hay en nosotros y repudiarlo. Y luego utiliza una metáfora fuerte, Pablo, dice hacer morir el pecado. Hacer morir las cosas de la carne. Esa es una metáfora fuerte. El sentido de esa expresión no es matar como de un asesino, sino es como entregar a muerte a alguien que está condenado a muerte. Es como entregar a que sea ejecutado. Y en nuestro caso, es una metáfora muy rica porque dice hacer morir la carne o las sobras de la carne y uno piensa, yo las tengo que matar. Hay un sentido de realidad en que debemos ser activos, pero debemos entenderlo como que lo estamos entregando a muerte. Y el que nos puede ayudar, el mismo versículo lo dice, por el espíritu, a sed morir las sobras de la carne. por el Espíritu. Entregamos a muerte las cosas decaminosas de nosotros para que el Espíritu le dé muerte. Porque es el Espíritu el que nos transforma, el que nos santifica. Y sí, hay una obra, hay una obra que depende de nosotros. Ese reconocimiento de la maldad y ese repudio hacia la maldad, ese rechazo y los planes que hurdamos para vencer el pecado en nosotros, eso es una responsabilidad nuestra. Pero no podemos lograr nada sin la ayuda del Espíritu Santo. Galatas 5.24 dice, los que son de Cristo han crucificado, es la misma idea, han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Marcos 8, 34 dice, si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz. La cruz no es para vivir, ¿verdad? Es un instrumento de muerte. Tome su cruz y sígame. Y una muerte de condenación, una muerte ejecutada bajo condenación. Las obras de la carne son malas obras. La palabra obras no es mala en sí. Nosotros hablamos de buenas obras y hablamos de malas obras. Entonces, aquí, en este contexto, cuando dice obras de la carne, obviamente, evidentemente, está hablando de cosas malas. Todo el uso de nuestro cuerpo para el pecado es una obra de la carne. Lo que yo vea, lo que yo toque, a donde yo vaya, lo que yo diga, ¿verdad? Todas esas formas de manifestar en mi cuerpo el pecado, esas son las obras de la carne, el producto del pecado que hay en mí, que se manifiesta en mis acciones. ¿Y quién es el que lleva a cabo esta mortificación? El llamado es mío y suyo. Si hacéis morir, eso está hablando a ustedes. Si ustedes hacen morir las obras de la carne. Entonces, tenemos el deber, pero no lo podemos hacer solos. Lo hacemos por el Espíritu que nos da el deseo, que nos da el poder, que nos da la firmeza y nos da la constancia. para poder perseverar en esa lucha. Porque en ocasiones, hermanos, este pecado con el que estamos luchando, puede que tengamos que luchar con él hasta la tumba. Y el que nos puede dar la perseverancia para luchar contra el pecado hasta la muerte, es el Espíritu Santo. No hay otra manera de hacerlo. No hay otra forma de luchar. Por su gracia, en ocasiones, nos permite ser liberados de pecados específicos de manera radical y absoluta. De manera que no vuelven a ser un problema. Pero, muchas veces, tenemos que seguir luchando contra algún pecado hasta nuestra muerte. Y el Espíritu es el único que nos puede dar la perseverancia. No pretendemos que no existe. Eso no es mortificar el pecado. Mortificar el pecado no es hacerme de la vista gorda y negar la existencia del pecado. No. Es reconocerlo. y nombrarlo. Es sacarlo a la luz, decir, esto es lo que estoy haciendo mal. Esto es pecado delante de Dios. Esto es una ofensa delante de Dios. Lo llamamos por lo que es y lo aborrecemos por lo que es. Si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo de ti. Quitar de mi vida todo lo que pueda llevarme a pecar. desde cosas, materiales, objetos, materiales que me puedan llevar a pecar, hasta relaciones enfermizas, relaciones malas, hasta lugares que frecuento donde no debería poner pie. Debemos quitar de nosotros todo lo que pueda ser ocasión de pecar. Pero vean qué interesante, porque tendemos a enfocarnos en los pecados grandes, los pecados difíciles. Pero realmente el llamado es mucho más complicado que eso. Es más profundo. Es que todo, todo lo que es pecado delante de Dios debemos reconocerlo y abandonarlo. Desde lo más grande y escandaloso hasta lo más pequeño y disimulado. Hasta esos pecados respetables de los que estamos hablando en el tiempo de confesión. Todo tipo de pecado, los pecadillos. Las cosas que no vemos. Hoy hablamos de un pecadillo, ahora que lo pienso, ¿verdad? En el anuncio que hice al final de la Escuela Dominical hablamos de un pecadillo. Algo pequeño, que parece insignificante, pero que está mal delante de Dios. Y debemos pedirle a Dios que nos ayude a crear en nosotros una conciencia profunda del pecado. No sólo lo grande y escandaloso y abiertamente vergonzoso, sino todo lo que se opone a la santidad de Dios. Y lo otro que me llama la atención es, en el caso de lo que dice Jesús, él empieza con el ojo, dice, si tu ojo te da esa ocasión de caer, arráncalo y échalo. Y si tu mano te da esa ocasión de caer, arráncala, córtala, ¿verdad? Y échala de ti. empieza con el ojo y termina con la mano. Primero parece que está hablando de algo interno. Recuerdan que cuando habla del ojo usualmente es como la lámpara del cuerpo, lo que nos muestra el interior, y luego habla de la mano, que son las obras ya externas. Y yo creo que aquí hay sabiduría en esto, porque a veces podemos enfocarnos solamente en lo externo, en la mano. Entonces voy a quitar todo lo que adentro, perdón, todo lo que afuera está mal, todo lo que evidentemente es un pecado activo, cosas externas, que está bien, obviamente tenemos que luchar contra eso y quitarlo, pero tal vez nos enfocamos tanto en eso que olvidamos la pudredumbre que puede haber en el corazón. Los malos pensamientos, malos deseos, y ahí están todavía, y no estoy haciendo nada para luchar con eso. Simplemente dejo de cometer, de actuar, pero no lucho contra el pecado interno, contra los malos sentimientos, contra las malas pasiones, contra los malos deseos y los malos pensamientos, lo que ocurre adentro, lo que ocurre en el ojo. Debemos enfocarnos en todo. Pero, Como mi hermano solía decir, y yo creo que lo he citado ya en esta cualidad antes, no se trata solamente de lo que me quito, sino también de lo que me pongo, ¿verdad? No se trata solamente de la mortificación, y esto dice, no es sólo mortificación, es aspiración. Entonces, yo mortifico el pecado, pero tengo que aspirar a algo. Tengo que cambiar esos malos deseos por sanos deseos. Tengo que cambiar esas malas pasiones por buenas pasiones. Tengo que pensar en las cosas del Espíritu, dice Pablo en Colosenses. Si pues habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra, porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Y Filipenses dice, por lo demás, hermanos, todo lo verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre, si hay alguna virtud, Si algo digno de alabanza, en esto pensar. Y es un imperativo, es una orden, piensen en estas cosas en lugar de dedicar cabeza a la carne y al pecado. Tenemos que habituarnos a aspirar a cosas buenas. ¿Suena agotador esto de la mortificación del pecado? Dígame si no es cierto. Suena cansado. Tener que estar pensando en todo lo que hacemos, pensamos, decimos, es agotador. Y por eso, la pregunta del principio es, ¿cuánto es suficiente? ¿Cuánto es suficiente? ¿Cuándo podemos decir, no, ya luché, ya hice todo lo que podía hacer, ya pagué mi deuda? Nunca vamos a poder decir eso. Hermanos, no hemos derramado sangre en nuestra lucha contra el pecado. Luchemos, perseveremos, porque aquel que nos rescató es digno. Aquel que nos salvó es digno de esta lucha, es digno de este sudor, es digno de este esfuerzo, es digno de esta abnegación, Él es digno de todo, yo y más. Así que luchemos. Pero recordemos también que no estamos luchando solos, que no estamos luchando en nuestras fuerzas, que no estamos luchando en nuestro propio poder, sino en el poder de Dios, Espíritu Santo, que mora en nosotros y quien es en última instancia el que está transformándonos desde adentro. Recordemos eso. Miremos hacia atrás a lo que Dios ha hecho, y miremos hacia el futuro, la promesa. Él dice viviréis. Si viven así, si andan de esta manera, si mortifican el pecado, vivirán. No está hablando de salvación por obras. No está hablando de que tendrán vida eterna si mortifican el pecado. Eso sería salvación por obras. Lo que está diciendo es que tendrán vida plena. Tendrán vida verdadera. Andarán con propósito. Estarán viviendo como debían vivir. Para la gloria de Dios. Vida de verdad. Vida en abundancia. Lo que prometió Cristo. Entonces, andemos luchando contra el pecado, revistámonos de santas pasiones por Dios y glorifiquémoslo, vivamos para su gloria y gocemos de él, que para eso fuimos creados. Entonces, el tipo de vida que es muerte, lo que el mundo llama vida, es autocomplacencia, es egoísmo, es desenfreno. y nos separa de Dios. Pero el tipo de muerte que es vida es lo que el mundo rechaza, la mortificación del pecado, la abnegación del dominio propio, las santas aspiraciones por pureza, por santidad, por amor a Dios, por amor al prójimo. Quisiera devolverme una última vez a esa frase que dice, por el Espíritu. Y con esto termino. No podemos ignorar cuánto necesitamos al Espíritu Santo en esta noche. No debemos ignorar cuánto lo necesitamos. Gran parte de la lucha contra el pecado se libra de rodillas, rogándole a Dios que por su Santo Espíritu nos transforme. Porque usted puede cambiar lo externo con cierta facilidad y por algún tiempo. pero el cambio profundo, verdadero, perdurable, sólo el Espíritu Santo lo puede lograr. Así que ore, empiece su lucha orando, de rodillas, rogándole a Dios que lo ayude. Empiece su lucha llenándose de la Palabra de Dios. Porque cómo va a pensar en lo que es bueno, puro, verdadero y digno de alabanza si no tiene la Palabra de Dios morando en su corazón? necesita llenarse de las Escrituras. Y recuerden la dinámica del Espíritu que inspiró la Biblia, que es también el que mora en nosotros. Ellos, la Biblia y el Espíritu de Dios, obran juntos. ¿Quieres ser transformado? Llénese de la gente transformador, de la Palabra de Dios y de su Espíritu. Pídale el poder, la fuerza, la perseverancia. Sólo el Espíritu nos puede ayudar a llevar gloria a Cristo. Sólo el Espíritu nos puede ayudar a ver a Cristo glorioso, majestuoso y digno de todo. Sólo el Espíritu de Dios puede dirigir nuestros afectos hacia Dios. Sólo el Espíritu de Dios puede llenar nuestros corazones de amor por Dios y de amor por nuestro prójimo y de amor por la Palabra. Sólo el Espíritu de Dios puede hacer eso. Sólo Él puede hacernos más como Jesús. Así que roguémosle que nos haga más como Cristo. Amén.
Mortificación
Series Romanos
Sermon ID | 32424412494040 |
Duration | 34:09 |
Date | |
Category | Sunday - AM |
Bible Text | Romans 8:12-13 |
Language | Spanish |
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