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El pasaje para esta mañana se encuentra en Romanos capítulo 7 versículos del 14 al 17. Realmente va a ser un pasaje más extenso que vamos a estudiar en tres partes porque es un tema que unifica todos los versículos desde el versículo 14 hasta el versículo 25 pero lo vamos a hacer dividido. Voy a leer los versículos del 14 al 17 para esta mañana. Dice así, porque sabemos que la ley es espiritual, mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Este es un pasaje muy conocido, muy conocido en todas las corrientes, todas las líneas, todas las denominaciones cristianas y se ha usado mal, se ha abusado muchas veces y se ha prestado para mucha controversia y para mucha discusión. Y el objeto de la controversia básicamente descansa en una pregunta, ¿De quién está hablando Pablo aquí? ¿De quién está hablando? ¿Está hablando Pablo acerca de sí mismo antes de ser creyente? ¿Era su experiencia como inconverso de lo que está hablando? ¿Era un incrédulo? ¿Está hablando acaso Pablo de su experiencia como creyente inmaduro cuando estaba empezando en la fe y esta era su experiencia como nuevo creyente? ¿O está hablando Pablo de sí mismo en el momento que escribe y por lo tanto de su vida como creyente y de todos los creyentes con él. Esa es la respuesta, la pregunta, perdón, que vamos a intentar responder en este sermón y vamos a irla profundizando cada vez más a lo largo de todo este pasaje hasta el versículo 25 en los próximos domingos. Oremos. Nuestro Dios bueno y misericordioso, que no nos has dejado huérfanos, que no nos has dejado a la deriva en este mundo, sino que nos has revelado en tu palabra y has dejado por escrito tu voluntad, tu verdad, tu evangelio. Queremos pedirte en esta mañana que al acercarnos a este pasaje y continuar nuestro estudio de Romanos, tú ilumines nuestras mentes y corazones una vez más. Que seas tú quien hable a cada uno de nosotros. Que tengamos oídos atentos a ti, oh Dios. Mueve nuestros corazones hacia ti, hacia tu palabra, y ayúdanos, oh Padre Santo, a eliminar de nuestra mente toda distracción, cualquier problema, situación que traigamos de la casa, que podamos por un tiempo, por unos minutos, prestar plena atención a lo que tú tienes que decir. Ayúdanos, oh Dios. En esta mañana te lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén. Amén. En el pasaje anterior, lo último que estudiamos, vimos en resumen que la ley es buena y que yo soy pecador, y el pecado es capaz de hacer cosas horribles con lo que es bueno. Ese fue, básicamente, ese fue el tono en el que terminamos hace ocho días. Y ahora, es importante recordar esto porque Pablo empieza en el versículo catorce con un porqué, y esos porqué siempre nos unen a lo anterior. porque sabemos que la ley es espiritual más yo soy carnal vendido al pecado. La ley es buena y yo soy pecador, la ley es espiritual y yo soy carnal. Básicamente está diciendo lo mismo en términos diferentes. Sabemos significa que esta es una verdad 100% cierta, y que podemos estar 100% seguros de que Pablo está a punto de escribir algo verdadero. La ley es espiritual. ¿Qué quiere decir eso? Porque yo la puedo leer, fue escrita en piedra, luego fue escrita en papiros, luego fue escrita en papel, siempre ha estado visible, concreta, ¿verdad? La hemos podido ver, la leímos esta mañana para la confesión de pecado, la ley, ¿En qué sentido decimos que es espiritual? decimos que es espiritual porque su origen es espiritual, porque es de carácter espiritual, de carácter divino, viene de Dios, no es algo que surgió de este mundo, no es algo que apareció aquí, es algo que Dios mismo dio, viene de su mano, viene de su boca y por lo tanto tiene autoridad divina. La ley es espiritual porque tiene que ver con las cosas de Dios. La ley es espiritual porque lleva a las personas a Dios, nos ayuda a conocer a Dios, También nos ayuda a tener una mejor vida para Dios en el mundo de Dios. Entonces todo lo que rige la ley viene de Dios. Y en última instancia podemos decir que es espiritual porque su autor final es el Espíritu Santo. Y si el Espíritu Santo inspiró la ley, Él es el autor de esa ley, podemos decir que consiste, o que la ley es consistente más bien, con el carácter del mismo Espíritu Santo. Hay iglesias donde se trata de trazar una línea y establecer una división entre el Espíritu Santo y la ley. Y lo que llaman, lamentablemente, malinterpretando al mismo Pablo, la letra y el espíritu. Pero el Espíritu Santo es el que inspiró esta letra. El Espíritu Santo es el que ha dado esta ley. Y no se ha divorciado de ella, ni la ha erradicado. ni la ha clausurado. Jesucristo dijo que Él no venía a abrogar la ley, a destruir la ley, que venía a cumplir la ley, a establecer la ley, y terminó diciendo que ni una sola palabra de esa ley pasaría. Así que estamos ante algo que viene de Dios que refleja el carácter de Dios y que sigue siendo un medio a través del cual el Espíritu Santo nos habla y obra en el corazón de cada uno de nosotros. La ley es espiritual y por lo tanto transforma también el espíritu. Pero, dice Pablo, sí, muy bonita la ley, pero yo soy carnal. Yo soy carnal vendido al pecado. ¿Cómo puede ser el yo carnal un creyente? Muchos se preguntan eso. ¿Cómo puede ser que Pablo, siendo creyente, diga yo soy carnal? ¿Será tal vez un creyente carnal? ¿Cuántos han escuchado esa terminología? ¿Será que Pablo está diciendo que él en algún momento era un creyente carnal? Mis hermanos, se los voy a poner así en dos tablas. La enseñanza del creyente carnal es una herejía. No es obediente a las escrituras, no se desprende de las escrituras, es una doctrina falsa. ¿Cuál es la idea del creyente carnal? ¿Qué es lo que dice? esa teoría de ese personaje, lo que dice es que es capaz de aceptar a Cristo, pero seguir viviendo como si no fuera creyente. porque hizo su oración de fe, porque pasó al altar, porque se arrepintió en una oración y aceptó a Cristo en su corazón, es creyente, pero siguió su vida como un incrédulo, viviendo exactamente igual que antes, y entonces dicen, ah, es que aceptó a Cristo como Salvador, pero no lo ha aceptado como Señor. ¿Se puede aceptar a Cristo solo en parte? ¿Puedo aceptar yo un fragmento de la obra de Cristo? La Biblia no enseña eso por ningún lado. No se puede confiar en parte y ser salvo. No se puede. Es necesario creer en su muerte expiatoria, tanto como es necesario creer en su resurrección, tanto como es necesario creer en su ascensión. Y si Él ascendió a la diestra del Padre, Él es Señor de señores y Rey de reyes. Entonces es mi Salvador, pero también es mi Señor. Y no puede ser una cosa sin la otra. No puede ser, no existe, entonces esa idea del cristiano carnal, por lo tanto, no es ese el sentido de lo que Pablo está diciendo. Vean como el mismo Pablo en Romanos 14 lo pone, porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos, para el Señor vivimos. Y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos o que muramos, del Señor somos. Señorío, señorío, señorío. Pero lo interesante es que termina diciendo, ¿por qué Cristo para esto murió y resucitó? Y volvió a vivir. Para ser Señor. así de los muertos como de los vivos. Esa fue, es parte del como, su señorío, su dominio, su carácter de rey, de señor, de amo. Y nosotros, cuando creemos en él, lo aceptamos no sólo como Salvador, sino también como Señor. No se puede tener una cosa con la otra. O se cree en todo Cristo o no se cree en Cristo. Si Jesús es su Salvador, pero no su Señor, ese no es el Jesús de la Biblia. Si Jesús es su Salvador, pero no su Señor, ese es un falso Cristo que usted se inventó, o que le inventaron, pero no es el Cristo de las Escrituras. Y por lo tanto, lo digo con solemnidad, no es usted creyente, no es usted salvo, si sólo aceptó un pedazo de Cristo. Él es Señor. y salvador. ¿En qué sentido era Pablo carnal entonces? Porque él dice yo soy carnal. No dice estoy en la carne. Eso es importante porque Pablo usa esa frasiología de estar en la carne para una persona que está controlada por los deseos pecaminosos todo el tiempo. O sea, un incrédulo. Ese es el que está en la carne. Pero Pablo lo que está diciendo es, soy carnal. Y en el Nuevo Testamento, este término puede referirse a dos cosas, no necesariamente excluyéndose la una a la otra. Puede ser la existencia física, el hecho de que vivimos en nuestro cuerpo aquí en este mundo, sujetos a este mundo material. Entonces, somos carnales en ese sentido. Todos nosotros hechos de carne en un mundo material. Esa es una de las posibilidades. Y la otra es que esté hablando de la naturaleza pecaminosa. Y, mis hermanos, yo creo que por ahí va, por todo el diálogo que tenemos a continuación. Él está hablando de la realidad de que todavía es pecador. Está hablando de su experiencia presente. En los pasajes anteriores, cuando él examinaba todo lo de la ley y nos hablaba de su interacción con la ley en el sermón anterior, todo eso lo escribió en pasado, pero aquí Pablo está escribiendo en presente. Es el Pablo que en ese momento tenía la pluma en su mano, o que en ese momento le estaba dictando al escribano, más probablemente. Ese mismo Pablo tenía esta experiencia que él describe. La ley es buena, la ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido al pecado. La ley es perfecta, pero Pablo es imperfecto. Pablo no ha sido glorificado todavía. Hay un remanente de pecado en su vida. El problema del pecado no ha sido erradicado por completo de su vida. Y esa experiencia de Pablo es también nuestra experiencia. Sigue habiendo pecado. Estamos en este ya, pero todavía no. Ya el pecado no es señor. Ya el pecado fue derrotado, pero el pecado no ha sido erradicado. Todavía no. Hasta que nuestros cuerpos sean glorificados, hasta que Cristo regrese en ese momento, disfrutaremos de la ausencia completa y final del pecado. Pero mientras tanto, sigue habiendo pecado en nosotros y a veces, como estamos tan acostumbrados a su señorío, lo tratamos como un amo, aunque no lo es, porque en nuestros cuerpos estamos acostumbrados a servirlo. Y entonces, aunque hemos sido liberados, todavía nos conducimos como si fuese nuestro Señor. Y a eso se refiere Pablo cuando dice que está vendido al pecado, no por gusto. Vean que Pablo no se está jactando. Pablo no está feliz de su condición, de que está en pecado, de que todavía peca, de que todavía está la presencia del pecado. Él se lamenta. de esa realidad y ese lamento lo vamos a ver en este pasaje con más fuerza conforme vamos avanzando hacia el versículo 25. Pero lo cierto es que sigue viviendo en este mundo, bajo la influencia de este mundo, con tentaciones tanto externas como internas, y hasta que venga la glorificación, no podrá disfrutar, así como nosotros, de la ausencia del pecado. La realidad es que hay una lucha interna. Y eso es lo que Pablo describe en el siguiente versículo. La lucha del creyente. Porque lo que hago, no lo entiendo. Pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Esta es la razón por la que él dice que es carnal. Aquí está explicando a qué se refiere, con qué descarnado. Lo que hago no lo entiendo, no logro entender mis propias acciones. No, no, no. Hay dimensiones del pecado en nuestra vida que no somos capaces de entender. El pecado ha calado tan hondo y ha dañado tan profundamente que por eso nos es imposible vivir un día sin manchar aún nuestras buenas obras. con pecado. Esa es la realidad del pecado, no es simplemente dejar de hacer cosas malas externas, es profundo, es corrosivo, y tenemos todavía ese daño en nuestro interior, un daño que sí nuestro Señor está reparando, un daño que Él nos está rehabilitando, nos está transformando. Ese es el proceso de la santificación. Pero lo cierto es que todos podemos identificarnos con las palabras de Pablo, lo que quiero hacer, no lo hago, sino lo que aborrezco, lo que aborrezco, eso es lo que hago. El creyente quiere agradar a Dios. Ese es nuestro anhelo. Entendemos que para eso fuimos redimidos y queremos vivir vidas de gratitud para Él, que podamos agradarle a Él. Anhelamos en nuestro corazón dejar de pecar. Anhelamos ese día en que el pecado ya no esté presente. Queremos hacer la voluntad de Dios. Esa es la realidad. Eso debería describirlo a usted y a mí como creyentes. Si esta no es su realidad, si usted no puede decir que anhela agradar a Dios, que quiere vivir para Él, aunque no puede, pero quiere, Y es el deseo más ferviente y profundo de su corazón. Si usted no puede decir eso junto conmigo, no es creyente. Porque el creyente quiere las cosas de Dios. Quiere agradar a Dios. Quiere glorificar a Dios. Y la otra realidad es que el creyente aborrece el pecado. No puede esperar el día en que desaparezca por completo. aborrece todo lo que es contrario a Dios. Y sin embargo eso es lo que termina haciendo muchas veces. Terminamos haciendo lo que sabemos que es contrario a Dios. Lo que odiamos con todo nuestro corazón terminamos haciendo. Tiene que ser un creyente al que Pablo está describiendo. No puede estar describiendo a un incrédulo porque el incrédulo no quiere hacerlo bueno. El incrédulo no quiere agradar a Dios, no le importa vivir la vida como sea, sin tomar en cuenta a Dios, no le importa, y va camino a la condenación interna y no le importa. Pero el creyente ama la voluntad de Dios, entiende que la voluntad de Dios es buena. Al otro extremo del cristiano carnal está el cristiano perfeccionista, que es el que dice que puede llegar a ser tan maduro que esta lucha termine, que la lucha que describe Pablo es la lucha de un cristiano inmaduro, pero que uno puede llegar a un punto en el que ya está totalmente por encima del pecado, totalmente victorioso sobre el pecado. Ya quisiéramos, pero de este lado del cielo, No es así, ni será así. No predicamos perfeccionismo desde este púlpito, porque les estaría poniendo una carga imposible. Aspiramos a la perfección. Anhelamos esa perfección. Hacemos todo lo posible para caminar hacia esa perfección. Pero con el catecismo de Heidelberg, pregunta 114, podemos decir, ¿pueden guardar perfectamente estos mandamientos los que son convertidos a Dios? No. No, porque incluso los más santos, En tanto estén en esta vida, no cumplen más que con un pequeño principio de esta obediencia. Sin embargo, empiezan a vivir firmemente, no sólo según algunos, sino todos los mandamientos de Dios. Hay un principio de obediencia a todos los mandamientos, no una obediencia perfecta. Esa es la realidad de los creyentes. Y crecemos en nuestra obediencia a esos mandamientos. Aunque nunca los vamos a cumplir a la perfección de este lado del cielo. Pero sí debemos aspirar a esa perfección. Y eso implica luchar. Perseguirla con todo y en todas las áreas de nuestra vida. Pero conscientes de que hay pecado. Y hoy leímos Primera de Juan 1, 9. Si confesamos nuestros pecados, serles fiel y justo. En el contexto de ese versículo, lo que dice Juan inmediatamente antes es, si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos. Y la verdad no está en nosotros. Este es Juan, el apóstol. Juan, el creyente, hablando en primera persona, junto con sus hermanos, dice, si decimos, yo incluido, que no tenemos pecado, somos mentirosos. La verdad no está en nosotros, porque lo cierto es que todos tenemos pecado. Y esta es la realidad de Pablo, la realidad de Juan, y la realidad de cada uno de nosotros. No debemos escapar de esa realidad, pero tampoco podemos hacernos de la vista gorda ante esa realidad. Por eso dependemos de Cristo. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo. Ese es nuestro andar cristiano. Luchamos y confiamos. En resumen. Luchamos con todas nuestras fuerzas contra un enemigo vencido por Cristo, pero cuando caemos confiamos en la obra de Cristo. Confiamos en Su persona. Confiamos en lo que Él hizo en la cruz. Confiamos en Su perdón que cubre todos nuestros pecados pasados, presentes y futuros, y nos limpia, dice Juan, de toda maldad. El verdadero creyente no es indiferente al pecado. No es como el incrédulo que le da igual. andar pecando. No lo es. El verdadero creyente tampoco se siente un santo perfecto. Eso sería incorrecto, no es como los fariseos. El verdadero creyente, lo que lo define, es la lucha. Eso es lo que nos define. La lucha, la lucha. Queremos hacer la voluntad de Dios, odiamos el pecado remanente, luchamos contra él, lo mortificamos todos los días. El verdadero creyente se santifica. El verdadero creyente se esfuerza por agradar cada vez más a Dios, alimenta el buen deseo de glorificar a Dios, llena su mente y llena su corazón con la palabra de Dios, para conocer mejor a Dios, para amar mejor a Dios, para adorar mejor a Dios. Esa es la tarea. Eso es lo que estamos haciendo, conocer mejor a Cristo en su palabra, admirar su obra, su persona, su hermosura, deleitarnos en él y ser transformados a su imagen cada vez más. Amaremos más lo que él ama, odiaremos más lo que él odia y cada vez más podremos hacer lo que queremos hacer. Y cada vez más vamos a dejar de hacer lo que aborrecemos, pero no a la perfección. no a la perfección. Muchas veces vamos a caer. Es más, hemos hablado de las implicaciones profundas del pecado. Si eso es una realidad, no conocemos esas implicaciones. Lo cierto es que pecamos mucho más de lo que nos damos cuenta. El Señor ni siquiera nos ha mostrado toda la profundidad de nuestro pecado. Aún en nuestra obediencia, nuestras obras salen manchadas. Es una realidad abrumadora. La realidad del pecado es abrumadora. Pero entonces, ¿qué hacemos? Descansamos en Cristo. Luchamos y confiamos. luchamos y confiamos, porque Él es nuestra justicia, Él es nuestro mediador, Él es nuestro salvador. Y si lo que no quiero esto hago, versículo 16, apruebo que la ley es buena. ¿Qué es esto? Que si hago lo que sé que no es bueno, yo mismo estoy emitiendo un juicio. Estoy diciendo, lo que estoy haciendo no es bueno, y por lo tanto, lo que la ley pide sí es bueno. Entonces, aún en mi desobediencia, no que sea buena la desobediencia, pero el hecho de poder identificar que fallé, es un testimonio de que la ley es buena. Porque no la estoy cumpliendo y me doy cuenta de que es malo. Lo que yo estoy haciendo es malo. Por lo tanto, la ley es buena. En última instancia, estoy de acuerdo con la ley. En última instancia, yo sé que lo que estoy haciendo es contrario a la ley, por lo tanto, estoy de acuerdo con la ley. Estoy de acuerdo con el estándar de Dios. Estoy de acuerdo con que lo que Dios dice que es correcto, es lo correcto. Y yo soy el que está mal. Lo entiendo y lo reconozco. Yo soy el que está mal. El problema soy yo. No es que el estándar de la ley es muy alto. Es que yo soy muy imperfecto. Es que yo soy muy pecador. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. ¡Ah, qué lindo este pasaje! Esta es la conclusión lógica de Pablo. Ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé lo que muchos están oyendo al leer este pasaje. Están escuchando una excusa para dejar de lado nuestra responsabilidad. Porque nuestra mente carnal, eso es lo primero que oye. Cuando dice no soy yo, entonces si Pablo puede decir que no es el yo, puede decir que no soy yo, no soy yo el que peca. El pecado es otra cosa, algo ajeno, algo que no tiene, no soy yo. Entonces no tengo culpa, no tengo responsabilidad porque no soy yo. No, Pablo no está negando su responsabilidad personal. Mucho ojo, ni nos permiten las escrituras en ninguna parte ignorar nuestra responsabilidad personal. Nuestro corazón lee aquí esta excusa porque nos gusta pecar. Pero el punto es que hay una fuerza también que está activa, presente, en esta lucha. Lo cierto es que el pecado sí ejerce influencia en el creyente. Entonces, el pecado puede usurpar el control en nuestras vidas, pero usted es el que se lo cede. No es responsable, o sea, usted sigue siendo responsable si decide obedecer al pecado, servir al pecado y caer en la tentación. Sigue siendo usted responsable. Pero hay una nueva naturaleza, y de ahí viene este vocabulario de Pablo, que el yo, este pecado no pertenece al nuevo yo. Este pecado no pertenece al creyente, no pertenece al regenerado, no pertenece a mi nueva identidad en Cristo. Esto es algo que yo vengo arrastrando del viejo hombre, del viejo yo, y lo reconozco así. No pertenece al Espíritu que hoy mora en mí, no pertenece al Espíritu Santo, no pertenece a esta nueva criatura. Es algo que viene desde atrás y por lo tanto es un objeto de conflicto. Por eso es un objeto de conflicto. Porque lo siento ajeno. Ya no lo siento como parte de mí, lo siento ajeno. Lo siento como un intruso. Como un intruso. Aborrecible. Un estorbo. Un estorbo que evita que yo pueda vivir como quiero vivir. Porque lo que quiero hacer no lo hago porque está este pecado aquí. Y hasta que Cristo vuelva y me glorifique tendré que luchar contra este enemigo. Esa es la realidad. Para tener algún progreso, dependemos de la gracia de Dios y nos aferramos a los medios de gracia. Pero mis hermanos, lo cierto es que hasta que Cristo vuelva, nuestra mirada tiene que estar puesta en Cristo. Y estoy seguro de que seguirá puesta en Cristo por la eternidad. Pero en esta lucha en particular, no podemos hacer progreso sin Cristo. Los medios de gracia nos llevan a Cristo. Crecemos en el carácter de Cristo. Confiamos en el perdón de Cristo. Y luchamos contra el pecado por el poder del Espíritu de Cristo. Descansamos en él. Vamos a terminar elevando juntos una oración puritana titulada El huésped tenebroso. inclinemos nuestros rostros y oremos Señor dobla mis manos y córtalas pues a menudo las he levantado contra ti con una voluntad caprichosa cuando estos dedos deberían abrazarte por la fe Yo aún no he abandonado toda gloria creada, todo honor, sabiduría o estima de los hombres, pues tengo este motivo secreto dentro de mí de buscar mi propia gloria y mi propio nombre en todo lo que hago. Permíteme no sólo decir la palabra pecado de la boca para afuera, sino verlo por lo que es realmente. Hazme ver la pecaminosidad al descubierto para entender que aunque mis pecados están crucificados, nunca están totalmente mortificados. el odio, la malicia, la mala voluntad, la vanagloria que ansía y persigue la aprobación y el aplauso de los hombres. Todos están crucificados, todos han sido perdonados, pero se levantan en mi corazón pecador una y otra vez. Oh, mi pecaminosidad crucificada, pero nunca mortificada por completo. ¡Oh, mi daño de por vida y mi vergüenza diaria! ¡Oh, mis pecados internos y persistentes! ¡Oh, esclavitud tormentosa de un corazón pecador! ¡Destruye, oh Dios, al tenebroso huésped interior, cuya presencia oculta hace de mi vida un infierno! Sin embargo, no me has dejado aquí desprovisto de gracia. La cruz sigue en pie y satisface mis necesidades en las más profundas angustias del alma. Te doy gracias porque mi recuerdo de esa cruz es como la espada de Goliat a los ojos de David, la cual pregonaba tu liberación. El recuerdo de mis grandes pecados, de mis muchas tentaciones, de mis caídas, traen de nuevo a mi mente el recuerdo de tu gran ayuda, de tu apoyo desde el cielo, de la gran gracia que salvó a un miserable como yo. No hay tesoro más maravilloso que esa experiencia continua de tu gracia sobre mí, en mí, hacia mí. que es la única que puede dominar los resurgimientos del pecado en mi interior. Por los méritos de Cristo, por amor a Él, por la gloria de tu nombre, de esta tu gracia, dame más. Amén.
El pecado y yo —parte uno—
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Sermon ID | 27241943541552 |
Duration | 30:48 |
Date | |
Category | Sunday - AM |
Bible Text | Romans 7:14-17 |
Language | Spanish |
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