00:00
00:00
00:01
Transcript
1/0
Romanos capítulo 7, versículos del 21 al 25, continuando el discurso de Pablo acerca de su relación con el pecado, que también es nuestra relación con el pecado. Dice así. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley, que el mal está en mí, porque según el hombre interior me deleito en la ley de Dios. Pero veo otra ley en mis miembros, que se revela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. Miserable de mí, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios. Por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, más con la carne a la ley del pecado. Oremos. Padre, ayúdanos a entender, oh Dios, cómo navegar esta experiencia que cada uno de nosotros como creyente tenemos. Sabemos, oh Padre Santo, que el pecado sigue allí, en nosotros, Sabemos que a menudo nos dejamos llevar por sus impulsos y es inevitable ver sus efectos en nuestra vida. Dirigen nuestra mirada a donde debe estar en términos de nuestra seguridad y confianza. Que no pongamos nuestra mirada en nuestro desempeño, sino en el desempeño de Aquel que lo hizo todo ya por nosotros. y que al mirarlo a él y contemplar su obra y su gloria, podamos hallar reposo para nuestras almas. En el nombre de Jesús. Amén. Amén. No es una serie popular, en especial estos últimos tres sermones, por el tema que estamos tratando, no le gusta al agente promedio, y no le gusta al cristiano promedio, que le recuerden que es pecador, Nos gusta pensar que el panorama es un poco más positivo en el sentido de que tal vez si me esfuerzo suficiente puedo alcanzar algún grado de perfección de este lado del cielo. Y nos han vendido la idea de que debemos conducirnos incluso en la iglesia como si no fuéramos pecadores y tratar de poner una apariencia externa para ser aceptados por una comunidad que ya de por sí ellos mismos tienen una apariencia de piedad y de santidad y de perfección. Que no sea así en nuestra iglesia. El hecho de que nos detengamos tres sermones en este tipo de pasajes, y no solamente aquí, sino en muchos pasajes anteriores y pasajes que vendrán en la carta de Pablo a los romanos, Nos demos cuenta y aceptemos la realidad de que todos y cada uno de nosotros somos pecadores. Desde este servidor que está aquí al frente, hasta los niños que están sentados en las bancas, no importa edad, no importa contexto, no importa preparación, no importa estudios, todos somos pecadores y viles pecadores. Partiendo de esa realidad, continuemos lo que Pablo está diciendo. En el versículo 21 dice, Así que queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley que el mal está en mí. Una inferencia de lo anterior que hemos venido hablando sigue la misma línea. Si ustedes pueden, después de escuchar los tres sermones juntos, posiblemente tenga un poco más de coherencia. ¿verdad? Porque estamos partiendo el pasaje de Pablo en tres, básicamente, este pasaje en particular. Pero esto que estamos entrando a ver ahora, ese así que, nos dice que tiene relación con lo anterior y es algo que se infiere de lo anterior, una consecuencia de lo anterior. Queriendo yo hacer el bien, Cuando éste es mi deseo, cuando éste es mi anhelo, hacer lo que es moralmente correcto, cuando yo quiero hacer lo que agrada a Dios, cuando quiero hacer lo que Dios dice que es bueno. Es importante esa distinción. Hacer el bien no es simplemente el impulso, o lo que la gente dice que es bueno, o lo que yo siento que es bueno, no. Cuando decimos en las Escrituras, hacer el bien, califiquemos eso. Estamos hablando de lo que Dios ha llamado bueno. De lo que Él dice que debemos hacer, de lo que Él manda. Entonces, lo que Él dice, es lo que nosotros queremos hacer, como hijos suyos, pero hallamos esta ley. Dice Pablo, hallo este principio, descubra este principio. No está hablando de la ley de Moisés, está hablando de algo común en su vida, un principio que gobierna su actitud. Me doy cuenta de esta realidad, de este hecho real en mi vida, este patrón con el que yo me conduzco, patrón operativo, lo llama Hendricksen. Esto es lo que siempre me pasa, que yo cuando quiero hacer lo malo, lo bueno, perdón, el mal está allí a la mano. Dice, el mal está en mí. Otras traducciones dicen, el mal está al alcance. Y es que es cierto. Vean, hacer lo malo realmente no requiere ningún esfuerzo. Ahí está. Fácil, fácil podemos cometer pecado. Siempre está listo el pecado para nosotros y nosotros listos para cometer. Es bien sencillo. Lo que Dios dice que es malo, Para nosotros resulta fácil de hacer, lamentablemente. Está a la mano. Porque según el hombre interior, continúa diciendo, aquí como introduciendo una explicación mayor de lo que ya ha dicho. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios. ¿Qué quiere decir con éste? Esta situación, ¿qué es lo que está tratando de describir según el hombre interior? En lo más profundo de mi ser, podemos entenderlo así. En lo más profundo de mi corazón, en mi mente, allí donde ocurren todos mis sentimientos, pensamientos, ¿verdad? Donde está el motor de mi voluntad, allí, yo me deleito en la ley de Dios. Y esto debería ser cierto para cada creyente. Cada uno de nosotros debe concordar, gozoso. Ese deleite es que yo digo, sí, la ley es correcta, pero no solamente porque Dios dice que es y ya, no es simplemente, no es algo 100% objetivo. El deleite es muy subjetivo. El deleite tiene que ver con que yo entiendo que la ley de Dios es objetivamente buena, pero me gusta, me encanta. Yo me gozo en esa ley. Me gozo en lo que Dios dice que es bueno. Entiendo que es bueno. Veo la riqueza de esa ley. Me complace. Hayo satisfacción en ella. Me gozo en ella. La amo. Me regocijo en los mandamientos de Dios. Esa debería ser nuestra realidad. Y yo creo que es cierto. Cada vez que estudiamos un mandamiento, no es cierto que late en nuestro corazón ese sentimiento de cuánto quisiera yo poder cumplir esto. ¿Cuánto quisiera yo poder obedecer esto? Yo sé que es bueno, lo amo, me deleito en esto. Ese es el sentir de todo creyente. Nos está ocurriendo ahora como Iglesia, con el mandamiento de guardar el Día del Señor. Ayer en el Disipulado hablábamos de esto. Es algo que vemos que es bueno, es algo que anhelamos, es algo que deseamos cumplir. Pero en este mandamiento, así como en todos los demás, nos encontramos enfrascados en esta lucha. Porque si existe el hombre interior, también existe el hombre exterior, ¿verdad? Y no debemos separar esos dos, aunque sí debemos entender que bíblicamente el hombre, cada uno de nosotros, está hecho de dos partes, y hemos hablado de esto también. Somos materia, ¿verdad? Tenemos cuerpo. y también tenemos espíritu. Entonces, hay una realidad invisible, ese es el hombre interior, y una realidad visible, externa, ese es el hombre exterior. Y en el hombre interior, en la mente, en el corazón, donde está el centro de los anhelos, de los deseos, de la voluntad. Allí es donde el Espíritu Santo ya ha operado un nuevo nacimiento en los creyentes. Y es por eso que allí nos deleitamos en la ley de Dios. Porque el Espíritu Santo nos ha renovado y nos está renovando a la imagen de Dios, a la imagen de nuestro Creador. Es esa parte que está unida a Cristo en su muerte y su resurrección. la parte que ahora vive, que ahora vive por la obra del Espíritu Santo en nosotros, esa es nuestra realidad, el yo regenerado, el yo interior. Pero el exterior, nuestro cuerpo, es donde se evidencia, no es que el pecado esté en el cuerpo, debemos entender eso también, pero es donde se evidencia que todavía hay pecado. Es donde queda claro para nosotros y para los que nos rodean, es evidente que todavía hay pecado en nosotros, porque estos cuerpos todavía no han resucitado. Estos cuerpos todavía no han sido glorificados. El proceso de santificación ya empezó en lo interior y va a afectar nuestros cuerpos y cómo nos conducimos, pero definitivamente todavía hay pecado en nosotros y lo vemos evidenciado en nuestras acciones externas con más facilidad. Pero recuerden que nosotros somos todo eso. No hay una separación que Pablo esté haciendo para exculparse. Hemos hablado de esto también. Yo soy el hombre interior. Yo soy el hombre exterior. Yo soy el que ama la ley. Y yo soy también el que peco. Todo eso soy yo. Esa es la realidad de quién soy. El pecado no está solo en mi cuerpo, pero allí se muestra con evidencia. ¿Qué caracteriza a este hombre interior? Un deleite en la ley, no porque la ley lo salve. Un deleite en la ley. Porque así como es natural, yo espero que sea natural en nuestros hijos, ahí nos dirán los chicos, si no es cierto que a ustedes les encantaría poder agradar a sus papás. que dibujar una sonrisa en el rostro de sus padres y que les digan, estoy orgulloso de ti, lo hiciste bien, me alegra que hayas hecho eso, me deleito en lo que hiciste. Yo creo que es un impulso natural de todo hijo, querer agradar a su papá, aun estando viejos y teniendo padres mayores, hay cierto deleite cuando su papá habla de ti con orgullo. Cuando dicen, uy, lo que él está haciendo, lo que ella está haciendo, lo que ella ha hecho, ¿verdad? Y saber que ese deleite existe. Eso debería transferirse a nuestra relación con Dios con mucho más fuerza. Nuestro Padre Celestial nos ha dicho que Él le agrada. Y a nosotros debería movernos el impulso de querer ver esa sonrisa dibujada en el rostro de nuestro Padre Celestial. Y por eso amamos la ley de Dios. Por eso nos deleitamos en la ley de Dios. Pero no todos los pero son positivos en la Biblia. Hay algunos, pero es lamentable. Y este es uno de ellos. Pero veo otra ley en mis miembros. Versículo 23. Una ley que se revela contra la ley de mi mente y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. Esto es lo que hallo en mí. Cuando me detengo a observarme con atención, me doy cuenta y descubro, para lamento mío, un estándar. Un principio distinto al de mi mente. En mi mente me deleito en la ley de Dios, pero veo que hay en mí un principio gobernante que se revela contra la ley de Dios, que se opone, se resiste a la ley de Dios. Y ese es el poder que todavía ejerce en nosotros el pecado. que opera u obra en y a través de mi yo exterior, en cada parte de mi cuerpo, en todas mis facultades. Y de nuevo, casi siempre lo expresamos en términos de lo que se ve externamente, pero ya hemos hablado de cómo ese pecado está muy adentro, muy profundo, ¿verdad? Calando muy profundo. Y ahorita vamos a hablar un poco de esos ejemplos. Pero lo cierto es que hay una rebelión interna en contra de la ley de Dios Y esta palabra que se revela, sólo aparece esta vez en el Nuevo Testamento. Es la única vez que se utiliza. Pablo tiene algunas particularidades, ¿verdad? Y de vez en cuando lanza palabras que ya sea que él inventó, o palabras que sólo él usa, de todos los escritores del Nuevo Testamento, en parte porque él era una persona muy educada, muy, muy educada. Entonces, tiene un vocabulario superior, elevado. Pero aquí, la idea de que se revela, es que hace guerra. Esa es la idea. Que batalla. Activamente. Se opone activamente. Que es evidente que está en contra y que lo que busca es atacar y destruir. Eso, todo eso, está encerrado en ese término, se revela. Entonces, no es solamente una actitud. No es solamente una actitud, es que activamente se revela en contra de la ley de la mente, o de la ley con la que hemos estado ya de acuerdo en nuestra mente. La ley que aprueba nuestra mente, que es la ley de Dios, lo que Dios dice que es correcto. Yo tengo ya como creyente un sentido moral. ¿verdad? A través de la lectura de las escrituras, a través de escuchar los sermones, a través de leer y estudiar e incluso relacionarme con otros creyentes, uno empieza a desarrollar por el Espíritu Santo, por la exposición a su palabra, un sentido de qué es lo correcto y qué es lo incorrecto que va acorde a la voluntad de Dios. Y esa es la ley que amamos. Y sin embargo, ese sentido moral que se apega a la ley objetiva de Dios, tiene un enemigo dentro, que se opone activamente a ella. La ley de mis miembros, dice que me lleva prisionero al pecado. O sea, que gana la batalla. Gana la batalla, porque si me lleva a prisioneros es porque gana la batalla. Gana la batalla y me controla. Me domina, me somete. Y termino haciendo lo que no quiero hacer, dice Pablo. Esa es nuestra realidad, hermanos. Ese es el contexto que vive cada uno de nosotros. Una lucha constante en contra del pecado y una lucha del pecado en contra de la ley de Dios. La ley de Dios tiene autoridad. La ley de Dios debe regir y tiene el derecho de regir, de gobernar lo que hacemos. Pero la ley del pecado es como una falsificación. ejerce dominio y hace cumplir, pero no debería, ni tiene el derecho, ni tiene la autoridad, y sin embargo lo hace. Y nosotros nos sometemos, ¿por qué? Porque no podemos entenderlo como un enemigo ajeno a nosotros. ¿Qué es esa ley del pecado sino mi propio egoísmo? ¿Qué es esa ley del pecado sino mi propia costumbre a hacer lo que está mal? ¿Qué es esa ley del pecado? sino mi propio sentido de autonomía e independencia de la ley de Dios. Eso es la ley del pecado que me somete. Y yo sé que el vocabulario de Pablo se puede prestar para que entendamos ese pecado como algo ajeno y algo externo a nosotros, pero no, es ajeno a nuestra nueva naturaleza, pero nos pertenece a nuestra vieja naturaleza que está muriendo. Es muy parte de nosotros. Según el mismo Pablo, nuestro cuerpo está mal acostumbrado. Vean lo que éramos antes. Ya lo vimos en Romanos 3 del 13 al 18. Dice, sepulcro abierto es su garganta. Engañan de continuo con su lengua. Vean todas las referencias a los miembros. Pongan atención. Veneno de serpientes hay bajo sus labios. Llena está su boca de maldición y amargura. Sus pies Son veloces para derramar sangre. Destrucción y miseria hay en sus caminos, y la senda de paz no han conocido. No hay temor de Dios delante de sus ojos. Hermanos, hermanas, esta es una descripción de quienes éramos nosotros, y esta es la tendencia. Todavía hay vestigios de esto en nosotros. Este es el enemigo. Esta es la descripción del enemigo contra el que estamos luchando. Es un enemigo poderoso. Es un enemigo más fuerte que nosotros. Si no, no ganaría. Si no, no ganaría la batalla. Si no, no nos llevaría a cautivos. Pero gana. Nos domina. Nos somete. Porque es muy grande. Y no tengamos temor de decir eso. El pecado que more en mí, la profundidad de ese pecado, las implicaciones de ese pecado, es demasiado grande para mí. Es demasiado fuerte para mí. Y eso es bueno. Porque sólo desde esa posición voy a poder clamar junto con Pablo, en el versículo 24, miserable de mí. ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¿Qué está haciendo Pablo ahí? Está dejando de mirarse a sí mismo. Porque cuando se ve a sí mismo, ¿qué ve? Miseria, un cuerpo de muerte. Y en esa pregunta, ¿quién me librará? Está poniendo su mirada fuera de sí mismo. Está entendiendo, yo no puedo librarme. ¿Quién me librará? Yo no puedo luchar contra el enemigo de mi pecado. ¿Quién me librará? Yo soy un miserable, yo soy pobre, yo no tengo fuerza, yo necesito ayuda. ¿Quién, Dios mío, quién me librará de este cuerpo de muerte? ¿Quién me puede salvar? En la antigüedad, cuando alguien cometía un asesinato atroz, como parte de la condena por ese asesinato, le encadenaban el cuerpo de la víctima que había asesinado y se lo ponían para que lo llevara a su espalda. Y esa era la condena. El cuerpo se iba pudriendo y descomponiendo pegado al asesino. Ustedes ya se imaginarán lo que eso implica. Esa putrefacción se pegaba. Era una condena terrible. Psicológicamente llevaba a cuestas el cuerpo de la persona que él había asesinado. y tenía que lidiar con esa realidad todos los días. Y además el olor y la enfermedad, la putrefacción, la descomposición de ese cuerpo a sus espaldas. Es muy probable que a esto se esté refiriendo Pablo cuando clama ¿Quién me librará? de este cuerpo de muerte que traigo a mis espaldas, encadenado a mí, pegado a mí, inescapable. Así somos los cristianos. Desde el Nuevo Nacimiento, en alguna medida, el viejo hombre recibió un golpe mortal y llevamos ese cuerpo de muerte a nosotros. Llevamos a nuestra espalda esa vieja naturaleza putrefacta. Llevamos a nuestra espalda esa vieja naturaleza en descomposición que nos estorba, que nos enferma, que nos debilita, que parece una pesadilla. Y por eso podemos clamar junto con Pablo, miserable de mí. ¿Quién me librará? Queremos ser libres de estas inclinaciones. Queremos ser libres de esta naturaleza pecaminosa, queremos dejar de llevarla a nuestra espalda, queremos servir a nuestro Señor con todo lo que somos cuerpo y espíritu, eso es nuestro anhelo, todo lo que Él demanda, todo lo que Él merece, queremos poderlo rendir. Pero hasta que seamos perfeccionados, hasta que Cristo vuelva, este será nuestro clamor. De este lado de la tumba, de este lado del cielo, este será nuestro clamor. Nuestra vida cristiana conlleva un grado de angustia, un grado de desesperación ante la horrible realidad de nuestro pecado. ¿Es sensible su conciencia al pecado? ¿Es cada vez más sensible ¿Es profundo su arrepentimiento, aún por los pecados más aparentemente insignificantes? Cabe destacar que nos sentimos miserables. Esto es importante. Nos sentimos miserables, pero no somos miserables. No estamos en una posición miserable. Eso ha cambiado. David y Goliat es una historia muy conocida en las Escrituras. El pueblo de Israel estaba amenazado por un enemigo formidable. Y cuando decimos un enemigo formidable, estamos hablando de un enemigo grande, fuerte y mucho más poderoso. Y eso era Goliat para los soldados de Israel. Todos estaban atemorizados. No querían salir a la batalla contra Goliath. Ninguno se animaba. Ni siquiera el rey se animaba a salir a batallar contra Goliath. Esa es la realidad de la depravación remanente en nosotros. Es un enemigo formidable, aún para nosotros como creyentes. Es un enemigo más grande, más poderoso y aterrorizante. Esa es la realidad. Pero recuerden que en la historia llegó un muchachito con una onda y cinco piedras y mató al gigante, efectivamente dándole victoria a su pueblo. Usted no es David, ni le voy a decir sea como David y mate al gigante. No. David ya vino. El hijo de David. El gran hijo de David. Con un arma tan pobre como la que usó David para matar a Goliath. A través de una cruz cruel, coronado de espinas y con clavos en sus manos y en sus pies. venció al gigante, lo derrotó, le dio muerte y este enemigo con el que nosotros hoy luchamos es un enemigo que está muriendo, sigue siendo mucho más fuerte que nosotros, que nosotros sí, pero no más fuerte que el Hijo de David, no más fuerte que Jesucristo. Y por eso podemos decir con Pablo, gracias a Dios por Jesucristo, Señor nuestro. Gracias a Dios por Jesucristo, Señor nuestro. Algunos manuscritos dicen gracias sean a Dios, como llamando a todos a decir, demos gracias a Dios por Jesucristo. Y ese es mi llamado hoy, hermanos, en medio de la lucha real extenuante contra un enemigo que es más grande que nosotros, un traidor interno, tenebroso y aborrecible. Demos gracias a Dios por Jesucristo nuestro Señor, porque Él ha vencido y Él nos ha dado la victoria, Él es la respuesta a la pregunta ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte y nos librará? de este cuerpo de muerte, porque la promesa es que cuando Él regrese y haga todas las cosas nuevas, estos cuerpos serán finalmente librados, definitivamente y por la eternidad, de este fastidioso gigante. Curiosamente, Pablo no termina ahí. Dice así que yo mismo, con la mente sirvo a la ley de Dios, más con la carne a la ley del pecado. Parece un final anticlimáctico, ¿verdad? Venía como construyendo el argumento hacia un final. Habría terminado con, gracias a Dios por Jesucristo Señor nuestro, pero no termina ahí, añade una oración más. Y yo creo que lo que Pablo está haciendo, Es recordándonos nuestra realidad, poniéndonos nuestros pies de vuelta en la tierra. Hermanos, existe el pecado. A veces los ecos de lo que Cristo hizo y de la victoria de Cristo se oyen muy distantes y muy lejanos. Y esa es parte de nuestra experiencia. Vemos ideas que tenemos que son antibíblicas, pensamientos perversos, malas palabras, sentimientos desordenados, actitudes impías, debilidad de carácter, motivaciones egoístas, pésimas decisiones, pésimas decisiones y acciones rebeldes contra Dios. Eso vemos en nosotros. No es lindo, no es alentador, pero no nos quedemos en nuestra experiencia. Incluso en esta batalla, debemos ejercer la fe de que hay una realidad, que a veces no es tan evidente, pero es una realidad, y es que el que comenzó la buena obra en nosotros, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo, en que la perfeccionará completamente. Entonces, hasta que Cristo vuelva, hasta que Cristo regrese, enfrasquémonos en esta batalla, En este paréntesis entre el ya, pero todavía no, pero sabiendo que estamos siendo perfeccionados, aunque parezca a punta de gotitas, pero estamos siendo perfeccionados. Todavía nos falta mucho camino por recorrer como creyentes, como iglesia, pero Cristo nos va a llevar de la mano hasta el final. Cristo nos va a sostener. no nos va a soltar, somos suyos y Él es nuestro para siempre. Así que terminemos donde Pablo no terminó y clamemos junto con él, gracias damos a Dios por Jesucristo, Señor Maestro. Oremos.
El pecado y yo —parte tres—
Series Romanos
Sermon ID | 22324448425301 |
Duration | 30:14 |
Date | |
Category | Sunday - AM |
Bible Text | Romans 7:21-25 |
Language | Spanish |
Documents
Add a Comment
Comments
No Comments
© Copyright
2025 SermonAudio.