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Vamos a abrir nuestras Biblias, hermanos, en el libro de Ezequiel. Ezequiel, capítulo 37. Libro de Ezequiel, capítulo 37, y vamos a leer en esta tarde del verso 1 al verso 14. Como anunciamos en la semana, hermanos, vamos a estudiar esta porción de la Escritura, el Valle de los Huesos Secos. ¿Estamos ahí, hermanos? Voy a leer para ustedes, ustedes siguen con su vista, y después de esta lectura, hermanos, vamos a venir en oración al Señor. Esa sí es la palabra del Señor. La mano de Jehová vino sobre mí, y me llevó en el espíritu de Jehová, y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos, y me hizo pasar cerca de ellos por todo en derredor, y aquí quedan muchísimos sobre la faz del campo, y por cierto, secos en gran manera. Y me dijo, hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y dije, Señor Jehová, Tú lo sabes. Me dijo entonces, profetiza sobre estos huesos y dile, huesos secos, oíd palabra de Jehová. Así ha dicho Jehová el Señor a estos huesos. Y aquí yo hago entrar Espíritu en vosotros y viviréis. Y pondré tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros carne, y os cubriré de piel, y pondré en vosotros espíritu, y viviréis, y sabréis que yo soy Jehová. Profeticé, pues, como me fue mandado, y hubo un ruido mientras yo profetizaba. Y aquí un temblor, y los huesos se juntaron, cada hueso con su hueso. Y miré, y aquí tendones sobre ellos, y la carne subió, y la piel cubrió por encima de ellos, pero no había en ellos espíritu. Y me dijo, profetiza al Espíritu, profetiza, hijo de hombre, y día al Espíritu, así ha dicho Jehová el Señor. Espíritu, vende los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán. Y profeticé como me había mandado, y entró Espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies un ejército grande y extremo. Y me dijo luego, Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen, nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos. Por tanto, profetiza y diles, Así ha dicho Jehová el Señor, He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel. Y sabréis que yo soy Jehová, cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de vuestras sepulturas, pueblo mío, y pondré mi espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra. Y sabréis que yo, Jehová, hablé, y lo hice, dice Jehová. Amén. Vamos a orar al Señor. Padre nuestro que estás en el cielo, gracias te damos, bendito Señor, por permitirnos adorar tu precioso nombre, por medio de los cantos, por medio de la lectura de tu palabra, Señor. Ahora, Señor, ha llegado un momento especial, Señor, donde hemos de escuchar tu palabra, Señor. Ayúdanos, Padre, a adorarte también cuando escuchamos el mensaje, Señor, que tú tienes para nosotros. Padre Santo, que adoremos tu nombre por medio de guardar reverencia y estar atentos a lo que tú nos vas a decir, Señor. Padre, me pongo en tus manos. Ayúdame, Señor, a ser un mensajero fiel, Padre. Quita toda palabra, pensamiento humano que haya en mí, Señor. Y que seamos edificados, Padre, con tu palabra. Te lo pedimos, Dios eterno, en el nombre de Cristo Jesús, nuestro Salvador. Amén y amén. Nuestra iglesia, hermanos, lleva por nombre Iglesia Presbiteriana Libre Valle de Gracia. Si alguna vez se han preguntado el por qué de este nombre, tiene varias razones significativas. En primer lugar, nuestra ubicación en Tehuacán nos sitúa en un valle, así es conocido como el Valle de Tehuacán. En segundo lugar, la Biblia, hermanos, contiene múltiples referencias a valles, las cuales no siempre son alentadoras. Por ejemplo, encontramos el Valle de Sombra de Muerte en el Salmo 23, el Valle de los Huesos Secos que acabamos de leer, el Valle de Acor, donde fue enjuiciado a Can. Además, los valles, hermanos, eran escenarios comunes de guerras y conflictos en la historia bíblica. Sin embargo, incluso en medio de esos valles, la gracia de Dios siempre estuvo presente. La oveja del Salmo 23 declara, aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo. En el valle de Helá, David venció al gigante Goliat por el poder de Dios. De manera similar, hermanos, en este valle llamado Tehuacán, muchos de nosotros conocimos a Cristo. Hoy, hermanos, reflexionaremos sobre cómo la gracia de Dios nos dio vida cuando estábamos espiritualmente muertos como los huesos secos en ese valle descrito por el profeta Ezequiel. Con esta predicación, hermanos, concluimos nuestra serie sobre las doctrinas de la gracia. Examinaremos la visión del valle de los huesos secos, un pasaje, hermanos, lleno de esperanza para el pueblo de Dios. A través de este texto veremos cómo las doctrinas de la gracia están profundamente presentes en esta visión. Es probable que muchos de ustedes hayan escuchado alguna predicación sobre este pasaje, o quizá lo hayan leído por su cuenta, Otros tal vez lo han oído mencionar. Sea cual sea el caso, es una porción de la Escritura ampliamente conocida en la Iglesia de Dios. Personalmente, después de conocer las doctrinas de la gracia de Dios, hermanos, y en particular los cinco puntos de la gracia, los que estudiamos en estas semanas, comprendí este pasaje de una manera más profunda. Ya no lo veo únicamente como una visión profética que tuvo su cumplimiento en la historia de Israel, sino también como un mensaje cargado de verdades doctrinales para nosotros el día de hoy. Que el Señor nos guíe, pues, a estudiar su palabra y nos permita ver su gracia en la salvación de su pueblo. Los huesos, hermanos, que se mencionan en nuestro texto claramente son huesos de muertos. Es obvio. Y el Señor lleva a Ezequiel a pasar cerca de ellos para mostrar, si era posible, que volvieran a la vida. Estos huesos, hermanos, estaban dispersos por el valle y se dice no sólo que estaban secos, sino que estaban secos en gran manera. El hecho de que fueran huesos, o que se nos dijera huesos nada más, ya implica, hermanos, la imposibilidad de que hubiera vida en ellos. Y aún así, hermanos, se enfatiza su estado al describirlos como muy secos o secos en gran manera. Dice el verso 3, y me dijo, hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? La pregunta que hace el Señor, hermanos, prepara el camino para lo que Él hará con esos huesos. Es aquí el responde, Señor Jehová, Tú lo sabes. Con esta respuesta, hermanos, Ezequiel reconoce que todo depende del poder divino, pues para él era imposible concebir que esos huesos volvieran a vivir. Entonces el Señor le ordena, profetiza sobre estos huesos y diles, huesos secos, oíd palabra de Jehová. La resurrección de estos huesos dependía, hermanos, directamente de la palabra de Jehová proclamada por Ezequiel, su profeta. Dice el verso 5, Así ha dicho Jehová el Señor a estos huesos, He aquí yo hago entrar espíritu en vosotros y viviréis. En los versos siguientes, hermanos, la descripción de la resurrección se detalla todavía más. Dios pondrá tendones, carne y piel sobre los huesos. Y finalmente les infundirá, dice, espíritu o aliento de vida. Ezequiel obedece y comienza a profetizar. Y mientras lo hace, dice que se escucha un ruido y un temblor. Aunque muchos le han dado diversos significados a este ruido, como que tal vez se refiere al decreto de Ciro o al ruido de la demostración de los judíos como motivo de su liberación y regreso, para otros este ruido no es sino el resultado de la unión de estos huesos. Es la acción misma de reconstrucción que Dios está haciendo lo que genera este sonido y movimiento. ¿Sí se entiende esta parte, hermanos? Después de unirse, los huesos son revestidos con tendones y carne, pero siguen muertos todavía, aún no tienen espíritu. Para darles espíritu, el Señor manda a Ezequiel nuevamente a profetizar. Esta vez debe llamar al espíritu para que venga de los cuatro extremos de la tierra y llene a los cuerpos. De los cuatro vientos, indicando que Israel, hermanos, ha de ser juntado desde los cuatro cabos de la tierra, así como fueron esparcidos a todos los vientos. Cuando Ezequiel profetiza, el Espíritu entra en ellos, reciben vida y se levantan sobre sus pies como un gran ejército. Esto recuerda, hermanos, lo narrado en Génesis capítulo 2, verse 7, donde dice, entonces Jehová, Dios, formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente. Los huesos secos, hermanos, simbolizan una desolación extrema, cercanos a convertirse en polvo. Jehová toma esos huesos y forma un hombre nuevamente e infunde el Espíritu que da vida. El Señor aclara en el verso 11, hijo de hombre, todos estos huesos, ¿quiénes eran? Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. No se refiere a toda la humanidad, sino exclusivamente al pueblo de Israel. Aunque al final llegan a ser un grupo numeroso, dice que llegan a ser como un gran ejército numeroso, pero no se refiere a toda la tierra, sino a un grupo en particular. La visión tenía el propósito de alentar a los judíos abatidos, anunciando su restauración tras el cautiverio y su regreso de la dispersión. El verso 11, hermanos, recoge el lamento de ellos mismos. Dicen, nuestros huesos se secaron y pereció nuestra esperanza. Somos del todo destruidos. Este lamento, hermanos, refleja el dolor de un pueblo que se siente lejos de su padre y casi sin esperanza. Sin embargo, la palabra que sigue está llena de promesa. En el verso 12 dice, Así ha dicho Jehová el Señor, He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel. Ellos se sentían, hermanos, como muertos. El Señor está ocupando ese lenguaje, ¿no? Dice, yo abro vuestros sepulcros, y os haré subir de vuestras sepulturas. El Señor promete, hermanos, devolverles la vida física y espiritual. El verso 14 reafirma esta esperanza y dice, y pondré mi espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra, y sabréis que yo, Jehová, hablé y lo hice. Esta promesa, hermanos, es segura, un hecho que acontecerá con certeza. En resumen, este pasaje describe la resurrección de la vida desde un estado de muerte, simbolizando cómo Dios da vida espiritual a lo que está completamente muerto. Los huesos secos representan a los israelitas en su estado de desesperanza y dispersión, quienes por la obra de Dios son sacados de sus sepulcros y reciben el espíritu de vida. Además, esta visión anuncia el regreso literal de los israelitas a su tierra tras el cautiverio en Babilonia, donde encontrarían descanso y comenzarían su restauración. Esta promesa, hermanos, empezó a cumplirse en el retorno liderado por Sorobabel y Esdras, quienes restauraron las ciudades de Judá y el templo destruido. Sin embargo, como narra Esdras, aunque muchos se alegraron al ver el templo redificado, dice que otros lloraron al recordar la grandeza pasada, ya que la nueva gloria no alcanzaba a la del templo hecho por Salomón. Aunque este retorno fue un cumplimiento parcial de la promesa, la verdadera restauración de Israel como pueblo del Señor ocurrió, hermanos, con la fundación del nuevo pueblo de Dios, el reino de los cielos, proclamado con la aparición de Cristo aquí en la tierra. Cristo, hermanos, el cumplimiento de la promesa, no sólo restauró a los israelitas como pueblo, sino que extendió la salvación a los gentiles, incluidos entre el pueblo de Dios, que estaban esparcidos por el mundo. De este modo, la promesa de vida y restauración alcanzó a todo el pueblo de Dios formado entre judíos y gentiles, unidos ahora en Cristo bajo su reino eterno. Esta profecía, hermanos, no sólo ilustra la restauración del pueblo de Israel, sino que también apunta a una verdad más profunda, la obra soberana de Dios en la salvación. Al observar la visión de los huesos secos, podemos encontrar reflejadas las doctrinas de la gracia. que muestran cómo Dios obra para dar vida espiritual a aquellos que están completamente muertos en delitos y pecados. Y vamos a ver la primera, la depravación total. Así como los huesos estaban secos en gran manera, o sea, había muerte, nosotros estábamos muertos en delitos y pecados, sin ninguna posibilidad de volver a la vida por nuestras propias fuerzas. Ezequiel vio los huesos secos y desde su perspectiva no había esperanza alguna de resurrección. De manera similar, hermanos, cuando nosotros vemos a un pecador atrapado en la inmoralidad, en el robo, en la drogadicción, pensamos que ni siquiera los mejores argumentos bíblicos podrían ayudar a esa persona. Es casi imposible, más bien es imposible para el hombre que esa persona hundida en el pecado pueda tener salvación o pueda ser salva. Como Ezequiel decimos, Señor, Tú lo sabes. Para el hombre es imposible, pero para Dios todo es posible. Él puede dar vida a quienes están espiritualmente muertos, sin ninguna capacidad para buscarlo ni desearlo. El lenguaje de Ezequiel 36, 26 lo ilustra de forma impactante, un capítulo atrás. El Señor dice, os daré corazón nuevo y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Este cambio radical, hermanos, refleja nuestra condición espiritual. Cuando un cuerpo muere, el corazón y los demás órganos dejan de funcionar y comienzan a endurecerse por un tiempo antes de descomponerse. Un corazón muerto, hermanos, es un corazón rígido, un corazón insensible e incapaz de responder. Así estaba nuestro corazón, hermanos, porque estábamos muertos. Sólo Dios puede quitar ese corazón muerto y reemplazarlo por uno de carne, un corazón vivo, un corazón sensible a su voluntad y capaz de obedecerle. La segunda doctrina que encontramos aquí, hermanos, es la elección incondicional. La visión se enfoca en un valle específico, lleno de huesos secos, que representan al pueblo de Israel. El pueblo, dice, más bien todo el Antiguo Testamento nos dice que es el pueblo elegido de Dios. No se incluye a toda la humanidad en esta restauración, Dios eligió a Israel, hermanos, no porque hubiera algo especial en ellos, sino únicamente por su soberana voluntad y gracia. Deuteronomio 7,7 declara, No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos. La elección de Israel, hermanos, fue completamente incondicional, basada únicamente en el amor soberano de Dios. De igual forma, aquellos que están muertos en sus delitos y pecados no tienen nada en sí mismos que pueda agradar a Dios. Fueron elegidos para recibir vida por la pura gracia divina y no por méritos propios. Tercera doctrina, expiación limitada. El pueblo de Israel había pecado gravemente y eran plenamente conscientes de ello. Como consecuencia, fueron llevados cautivos a Babilonia. Allí pudieron darse cuenta lo que habían dejado atrás en su tierra. Y lo más importante, se dieron cuenta de que habían perdido su comunión con Dios. Cuando el pueblo de Israel regresó del exilio en Babilonia, bajo el liderazgo de Zorobabel, se dedicaron a restaurar su comunión con Dios. Lo primero que hicieron fue reconstruir el altar para ofrecer sacrificios, reconociendo su necesidad de expiación por el pecado. Posteriormente comenzaron la reconstrucción del templo, el lugar donde Dios había prometido habitar en medio de ellos. Este acto no era sólo una restauración física, sino un símbolo de su deseo de volver a las promesas del pacto. Entre las primeras celebraciones que llevaron a cabo estuvo la Pascua, un recordatorio de cómo la sangre del Cordero Pascual en Egipto protegió a las familias de Israel del juicio divino. Sin embargo, estas ceremonias, hermanos, no eran un fin en sí mismas. Apuntaban hacia el cumplimiento definitivo en Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Los sacrificios y las fiestas eran sombras que señalaban la obra perfecta y completa de Cristo Jesús en la cruz. A diferencia de los sacrificios del Antiguo Testamento, que eran exclusivos para Israel y temporales, el sacrificio de Cristo fue perfecto y eficaz, garantizando la redención de su pueblo. Es importante, hermanos, comprender y comprender específicamente que si Cristo hubiera muerto por toda la humanidad sin excepción, entonces habría dos posibles implicaciones. Una, o todos serían salvos, incluidos Judas, Saúl, Jezabel, porque la sangre de Cristo tiene el poder de quitar todo pecado. O la segunda sería que Dios habría fracasado grandemente. Ya que muchos están en el infierno el día de hoy, Esto significaría que su plan de redención no se cumplió a la perfección. Él quería hacer algo, él quería salvar a la humanidad, pero no pudo. Entonces, Dios habría fracasado en su plan de salvar al mundo. Sin embargo, hermanos, las Escrituras son claras al enseñarnos que Cristo murió específicamente por su pueblo, aquellos que el Padre le dio desde antes de la fundación del mundo. El sacrificio de Cristo, hermanos, no fue potencial, sino eficaz. Como el Cordero de Dios, Él garantizó la salvación de aquellos por quienes murió, asegurando que todos los redimidos por Él recibirán vida eterna. Su obra, hermanos, no deja lugar a incertidumbres ni a fracasos. Fue una obra eficaz. Todos por los que Cristo murió serán salvos y tienen vida eterna. Cuarta doctrina que vemos en este relato, hermanos, la gracia irresistible. Cuando Dios decide salvar a alguien, nada ni nadie puede resistir su voluntad. En la visión, hermanos, los huesos secos no podían pedir ser resucitados ni impedirlo cuando Dios lo ordenó. ¿Por qué? Porque estaban muertos. En el momento en que Dios decretó que vivieran, los huesos comenzaron a unirse. Fueron revestidos con tendones y carne, y finalmente recibieron vida por medio del Espíritu de Dios. Y es interesante esto, hermanos. ¿Se dan cuenta que primero habla Ezequiel y se forma el hombre? O sea, se unen los huesos, tiene tendones, tiene músculos, carne, piel, pero dice que todavía le faltaba espíritu. Es interesante esto, hermanos, porque un hombre puede asumir todas las apariencias de vida espiritual y, sin embargo, no tenerla. Yo a veces les digo, no, que en el cielo nos vamos a llevar muchas sorpresas, porque los que pensábamos que eran de la iglesia, que iban a estar con nosotros en la eternidad, no van a estar. Y eso, como dice Ezequiel, sólo lo sabe el Señor. Así que, hermanos, es necesario nacer de nuevo. Es lo que Jesús explicó a Nicodemo, o sea, es necesario nacer de nuevo para ver el reino de Dios. Ante el interrogante de Nicodemo, el Señor le dice, el viento sopla de donde quiere y oye su sonido, más ni sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que es nacido del Espíritu. El Espíritu obra soberanamente en el corazón del pecador. Muchos no saben el momento exacto de su conversión. No sé si usted recuerde el día exacto, hermanos, en que Dios lo salvó. Muchos no nos acordamos. Sin embargo, podemos decir como aquel ciego, lo único que yo sé es que antes era ciego y ahora veo. Esta transformación, hermanos, es completamente obra de la gracia irresistible de Dios. Cuando Dios determina dar vida, la respuesta del pecador es inevitable. Así como los huesos no podían resistir la orden de Dios, tampoco un pecador puede resistir el llamado eficaz del Señor. Cuando nos dimos cuenta, ya estábamos adorando aquí en la iglesia. Ya odiábamos lo que antes nos gustaba, el pecado que más nos gustaba. Para que no quede duda, hermanos, este llamado no anula la voluntad del hombre, sino que la transforma. La gracia irresistible de Dios actúa en el corazón, cambiándolo para que responda libre y voluntariamente. Como declara el Salmo 110, verso 3, tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder. Dios, hermanos, por Su Espíritu produce tanto el querer como el hacer, dice Filipenses 2.13, asegurando que aquellos a quienes llama vendrán a Él con gozo, no por coerción, sino por un corazón renovado. Y la última doctrina que vemos aquí, hermanos, es la perseverancia de los santos. Así como el pueblo de Israel recibió la promesa de reposo al regresar a su tierra, los creyentes vivificados por el Espíritu de Dios tienen la certeza de descansar y permanecer firmes en su gracia. Al igual que Israel enfrentó luchas, hermanos, cuando regresó nuevamente a su nación, nosotros también enfrentamos batallas espirituales cada día pero la victoria está garantizada en Cristo. En los momentos de oscuridad, cuando el desánimo nos tiente a rendirnos, podemos confiar en que su vara y su callado nos infundirán aliento. La disciplina de Dios, hermanos, no es un castigo sin sentido, sino un medio por el cual nos libra de las tentaciones, nos enseña a depender de él y asegura que no nos apartemos de su camino. En su gracia, hermanos, nos guía y sostiene hasta el reposo eterno que ha prometido a su pueblo. Finalmente, esta visión, hermanos, apunta también a aquel día glorioso de la resurrección final, cuando los muertos en Cristo resucitarán con cuerpos glorificados. Los muertos en Cristo resucitarán primero, dice 1 Tesalonicenses 4, 16. Aunque nuestros cuerpos físicos estén descompuestos y secos en gran manera, al toque de la final trompeta seremos transformados para vivir eternamente con nuestro Salvador. Esta visión profética de Ezequiel, hermanos, es un poderoso recordatorio de la obra de salvación de Dios. nos muestra su soberanía, su poder para resucitar lo que está muerto y la seguridad de que su propósito se cumplirá. Nos consuela como cristianos, nos anima a perseverar, a seguir predicando, hermanos, porque así como Ezequiel predicó y hubo vida, hermanos, cuando nosotros predicamos la palabra, Dios puede también traer vida a aquellos a los que les estamos predicando. Todo esto, hermanos, es por su gracia y para la gloria de su nombre. Amigo que no eres cristiano, observa el ejemplo del pueblo de Israel. Mira cómo estaba. Y aquí ellos dicen, nuestros huesos se secaron y pereció nuestra esperanza y somos del todo destruidos. Es la voz de un pueblo que reconocía su pecado, sabían que se habían apartado de la ley de Dios y entendían que no había salvación por ellos mismos. Ellos se veían a sí mismos como muertos. Este es un corazón contrito y humillado al cual Dios no va a despreciar. Ven de esta manera, Dios, y dile, Señor, soy débil. Todo en lo que tenía esperanza ha perecido. El pecado me destruye. Satanás me acecha. Sálvame, Señor. Dios te dice en esta hora, He aquí, yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel. Hermanos, Cristo es el Israel de Dios. Cristo es el cumplimiento perfecto de todo lo que Israel representó en el plan de redención. Él es el Hijo en quien el Padre se complace, como dice Mateo 3, 17. Él es el verdadero siervo obediente que cumplió la ley y las promesas del pacto, como dice Isaías 42. Es Dios quien por su gracia soberana nos trae a Cristo, el único mediador entre Dios y los hombres. En Cristo encontramos alimento porque Él es el pan de vida que desciende del cielo, y en Él hallamos el agua de vida que nos satisface para siempre. Él no solo provee, hermanos, sustento espiritual, sino que también es nuestra tierra prometida. El lugar donde encontramos descanso eterno, como dice Hebreos 4, del 9 al 10. En Cristo, hermanos, se cumplen todas las promesas hechas a Abraham y su descendencia. Y nosotros, unidos a él, somos herederos de esas mismas promesas. Por esta razón, hermanos, adoramos a nuestro Dios, porque Él es bueno, misericordioso y poderoso para salvar, y nos ha salvado. Como proclamaron David y Jonás, la salvación es de Jehová. Él es quien nos redime. Él es quien nos guía y nos asegura la victoria final en Cristo, nuestro Salvador y Rey. La gloria, hermanos, sea solo para el Señor. Oremos a nuestro Padre Celestial. Padre nuestro que estás en el cielo, Le damos gracias, Dios bendito, por esta palabra que nos da, Señor. Donde vemos nuevamente, Padre, la gracia. Señor, gracias, Dios eterno, por habernos salvado. Señor, nosotros éramos esos huesos secos, Padre, que no podían volver a la vida, Señor. Estaban secos en gran manera, Padre. Sin embargo, fue Tu obra, Señor, Redentora, la que nos dio vida, Padre. Fue tu amor infinito, Señor. Gracias, Padre, por habernos salvado. Señor, que esto nos anime, Padre, como iglesia, que podamos descansar, Dios bendito, en estas verdades, Padre Celestial. Señor, pero también que sea una exhortación a seguir predicando tu palabra, así como predicó Ezequiel, Padre, al cual tú mandaste a predicar, Señor. Que nosotros, Padre, también obedezcamos ese mandato de ir por todo el mundo y predicar tu palabra, Señor. Porque, Señor, tenemos la esperanza de que tú puedes traer vida, Señor. Predicamos también a huesos secos, Padre. Y tú, en tu poder, Señor, puedes unir nuevamente esos huesos, dar, poner tendones, carnes, Señor. Y también puedes dar ese aliento de vida espiritual, Señor. Puedes infundir, Señor, tu espíritu para que esta persona, Señor, crea en ti, Padre Celestial. Ayúdanos a tener esa confianza, Dios bendito. Padre Santo, te agradezco, Señor, por habernos permitido estudiar estas doctrinas, Señor. Y gracias, Padre, porque hemos sido grandemente bendecidos y que todo esto sirva para la edificación de tu iglesia, Padre. Te lo pedimos, Dios eterno, en el nombre de Cristo Jesús, nuestro Salvador. Amén y Amén.
El valle de los huesos secos
Series Doctrinas de la Gracia
Al observar la visión de los huesos secos, podemos encontrar reflejadas las doctrinas de la gracia, que muestran cómo Dios obra para dar vida espiritual a aquellos que están completamente muertos en delitos y pecados.
Sermon ID | 12624728232048 |
Duration | 36:33 |
Date | |
Category | Sunday Service |
Bible Text | Ezekiel 37:1-14 |
Language | Spanish |
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